martes, 27 de marzo de 2012


EL LLAMADO AL MINISTERIO CRISTIANO

¿Qué significa el llamado al ministerio cristiano? 
Para la cabal comprensión del asunto creo que de utilidad que nos remontemos un poco más en el pensamiento de Pablo hasta su concepto del ministerio mismo, tal como lo hallamos en su admirable capítulo sobre a vocación cristiana, el cap. 4 de Efesios.
Allí, después de exhortar a los cristianos  a andar “como es digno de la vocación con que sois llamados” (v.1). Señala como, dentro de la unidad del espíritu y de la disciplina, la creencia y el rito un señor, una fe, un bautismo (vs. 3,5). Existen diversas medidas de gracia,  “a cada uno de nosotros, es dad la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (v.7). Para pablo, pues, la vocación cristiana es una, con diversas manifestaciones, o graduaciones; es un don de Cristo, no es algo de nuestra elección; y es parte integrante de la vida y actividad de la iglesia: “un cuerpo un espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación” (v.4).
En el pensamiento apostólico no cabe el concepto sacerdotal, mejor diría “clerical”, del ministerio cristiano como una clase aparte, una jerarquía, investida de poderes exclusivos de orden sacramental, y que como en la iglesia romana, constituye en sí la Iglesia y esta inseparablemente unido a ella; mas aun la Iglesia  todo está compuesta  de ministros cada cristiano es un ministro.
Y para que no quepa duda  en cuanto al verdadero sentido de sus palabras, el apóstol enumera a continuación, sin hacer distingos. Diversos tipos de ministerio. “el mismo dio unos ciertamente apóstoles; y otros profetas; y otros evangelistas; y otros pastores y (maestros); para perfección de los santos para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo” (vs.11, 12). 
 Y todos los que tal hacen, lo hacen y lo son porque Cristo así lo ha dispuesto. Si, pues, no justifica que el ministerio se aislé de la feligresía como una entidad aparate y presuntamente superior, tampoco se justifica que la iglesia  pretenda prescribir del ministerio y desconocer la sabiduría de la división de sus servidores de acuerdo a sus especialidades, que desde temprano data fue practica en la iglesia apostólica.
 Para Pablo y a través de él escuchamos la voz de la experiencia creciente de la cristianidad primitiva, esa distribución de tareas y asignación de responsabilidades  tenía por objeto “la perfección de los santos, la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y el conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquier de todo ciento de doctrina.,…antes siguiendo a la verdad  en amor, crezcamos en todas las cosas  en aquel que es la cabeza, a saber, Cristo” (vs. 12-15).
Por consiguiente, el vigoroso y saludable desarrollo y perfeccionamiento de la iglesia es inseparable  de la existencia de un ministerio apto y consagrado, en el cual cada uno se siente depositario responsable de una medida. La que Cristo ha querido darle, de la vocación que es un don inapreciable.
Este hecho de ser un llamamiento a administrar una parte  del  don de Cristo, reviste al ministerio cristiano altísima significación  que siempre  le ha dado la iglesia: en realidad es, ese de concepto el que ha llevado a las desviaciones conocidas del ministerio que paradojalmente lo han convertido de función y de servicio en posición de  mando.
La iniciativa es de Dios: llamado por la voluntad de Dios. Es lógico, pues que Dios es el dueño de la obra.
Dios llama y envía a sus ministros. Conforme a su  voluntad. Llama a los que él quiere y cuando quiere y para lo que quiere. Pero al mismo tiempo, el llamado depende de la actitud del hombre. Son los que ven la necesidad, los que deben orar: y son los que se sienten llamados los que deben responder. Pablo lo había  hecho en el camino a Damasco, cuando cayó, derribado en medio de un resplandor enceguedor, y una vez convencido que la mano del Señor le había alcanzado, no permaneció postrado en medio de fútiles  lamentaciones, sino que tambaleante aun sobre sus inseguras piernas, clamo: Señor“¿Qué quieres que yo haga?”
Lo cual es un ejemplo de cómo, dentro de una vocación general, puede Dios hacer llamados específicos a sus siervos para determinadas tareas y responsabilidades. Todo es cuestión de que estemos atentos a la voz celestial. Y debiera haber, dentro de la organización eclesiástica, el desarrollo disciplinado de la empresa humana de la Iglesia, suficiente independencia del sistema como para que Dios pudiera renovar su llamamiento “cuando a él le agradó”; solo así se evitará que el rumor de la liturgia profesional del clérigo reemplace al testimonio ardiente del apóstol, que los intereses de la iglesia sustituyan a los supremos propósitos del reino.
El llamado al ministerio es un llamado a la colaboración. Ministerio es servicio. Y el servidor es precisamente eso, un servidor, no un líder. Se habla con tanta frecuencia  de líderes en la obra a que  a veces hay quienes  creen ser llamados por Dios a  una carrera directiva, a ser conductores, caudillos en la obra.
Esta quizá es  la más funesta  de las equivocaciones cuando del llamado al ministerio se trata. Los que hayan de resultar adalides ya se verán cuando sus dotes les permitan descartarse por su capacidad  para un ministerio más efectivo y fructífero.
“el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino aquellos que para quienes está preparado por mi padre.
 (Mat. 20:23)
La única verdadera grandeza es la grandeza del servicio, que “el que se ensalza será humillado y el que se cree el mayor será servidor de todos”. “yo planté. Apolo regó” cada día cual hizo lo suyo, todos colaborando con Dios que es, en definitiva, quien da el crecimiento. Solo cuando así se entiende el llamado al ministerio es un verdadero llamado de Dios. En caso contrario es solo una falsa ilusión que seguirá llevando al fracaso a muchos más ministros cristianos de lo que convendrá a los intereses del reino.
¿Nos extraña que fracasen aquellos que se creen llamados al ministerio simplemente porque tienen  facilidad de palabra, porque se sienten cómodos en el pulpito  y sueñan con ver a las multitudes pendientes  de sus labios? Sin ser embajadores en nombre de Cristo  es ser mediadores del mensaje de Dios como en sus días  lo fue nuestro Maestro, ha de significar, más que subir al  pulpito con paso de triunfadores, acercarnos al barco del pescador, al  banco del publicano  y a la samaritana junto al pozo –esos fueron los pulpitos de Jesús; ha de ser antes que tocar trompeta delante de nosotros, para que las multitudes acudan al escucharnos , llegarnos sencillamente  al hogar de Betania, donde una humilde María está ansiosa de beber el mensaje de Dios, recibir comprensivamente al Nicodemo, que solo osa acercarse a Cristo al abrigo de las sombras, entrar a la casa de  un  Zaqueo para, sin pronunciar palabra, con solo un silencio impregnado  de amor, lograr la conversión de un alma.
Porque ¿Quién aquí desconociera que el único móvil legitimo  del ministerio, lo único que puede darnos la seguridad de que lo que sentimos es realmente el llamado de Dios, es la compulsión del amor?“Porque el amor de Cristo nos constriñen… y nos dio el ministerio de la reconciliación”. Dice Pablo. Si el mismo amor que inspiro la obra redentora no nos constriñe, no estamos realmente llamados a ser los continuadores humanos de la redención del mundo.
El mensaje que tenemos que dar en nombre de Cristo  incluye también el llamar a otros a unirse a la hueste de servidores que han de testificar  junto con nosotros  y después de nosotros: los que han de recoger el manto del profeta o la capa del apóstol y proseguir la  obra. Dios es el que llama; a nosotros que hemos respondido nos toca a nuestra vez llamar a otros, y a todos nos corresponde orar para que él envié, de los llamados a los que él quiera elegir.
En todo caso, no olvidemos que Él ha de tomarlos de los bancos de nuestras propias iglesias y escuelas dominicales, de nuestro propio círculo familiar, tal vez; de todas las estaciones y posiciones de la vida.
No es menos posible para Dios tomar hoy a un joven de detrás del volante de un camión, de un carpintero, un tapicero, un albañil, o del escritorio de una oficina o del banco o la máquina de un a fabrica, o tomar a un Eliseo detrás del arado , a un Amós de sus breñas y de su boyada, a un Isaías de la corte real, a un Pedro de su barca y sus redes o a un Mateo de su banco de los públicos tributos, o a un Saulo del asiento de los rabies, a el mismo , o al mandato que cualquier otro Ananías puede recibir “ve y búscale, porque me es un instrumento escogido”
Y habrá también otros, quizá muchos en quienes el llamado no es algo de un instante sino un largo proceso inconsciente quizá durante el cual una como perpetua inquietud, una insatisfacción con su situación presente, un ansia incontenible de otro destino para su vida, van desarrollándose como la luz de la aurora, “Hasta que el día es perfecto” y comprenden entonces que Dios ha estado llamándoles, o quizá mejor, preparándoles paulatinamente hasta que llegado el momento comprenden.
¡Cuántas vocaciones se ven frustradas por la incomprensión de quienes deberían alentarlas! ¡Cuántas veces la iglesia se ha despreocupado  de busca y encauzar  esas fluctuaciones aspiraciones!   ¡Con cuanta frecuencia hallamos personas que nos dicen: “yo sería un ministro, sino seria por mi padre”, o por algún hermano de la iglesia, o por algún pastor que supo apreciar la determinación naciente o quizá hicieron lo posible para ahogarla!

LA RESPONSABILIDAD DE LAS ALMAS PÉRDIDAS
Sabemos que la historia de Jonás, como aquel siervo  de Dios huyó de su Señor  porque no quería obedecer. Su mandamiento de irse a Nínive y predicar en contra de su iniquidad. En lugar de obedecer  el mandato de Dios, Jonás pago su pasaje en un barco  y se echo a dormir para huir de la presencia de Jehová. Dice la escritura que Dios hizo levantar un gran viento en el mar, una gran tempestad, que pensase se rompería la nave ¿y dónde estaba Jonás durante la tempestad impetuosa que amenazaba las vidas de los de abordo? ¡ Se había echado a dormir!
Este barco representa a la iglesia actual. Innumerables creyentes profesantes del señor Jesucristo están dormidos espiritualmente, ignorando las tempestades enormes que están atacando la iglesia de hoy. Las divisiones, las enemistades entre creyentes y obreros cristianos, los escándalos hechos en pleno servicio por creyentes carnales, la tibieza hacia la oración , el formalismo en los cultos; y aun la negación de las verdades de la Escritura- y aun  la negación de las verdades de la escritura-todo esto está atacando el barco de la iglesia de nuestros tiempos  como una furiosa tempestad que la que quiere acabar, sin mencionar el ateísmo, el modernismo y los otros fuertes enemigos del evangelio del Señor.
¿Dónde estamos hermanos? ¿Estamos guiando el timón de la Iglesia con Cristo Jesús, o estamos echados durmiendo, huyendo de su mandamiento de evangelizar al mundo mientras  hay tiempo?   Si nos encontramos en esta condición indiferente y perezosa. Satisfechos de ser salvados  pero sin compasión y amor para los perdidos, Dios nos está haciendo por medio de esta obra bíblica  que nosotros somos responsables  por la condición actual de este mundo. Si hubiéramos sido obedientes, fervientes y fieles a los mandatos divinos este mundo no estaría en la condición triste y trágica en que se encuentra hoy en día. La tempestad furiosa que está golpeando al mundo moribundo de nuestros tiempos se debe a la desobediencia  e indiferencia de los cristianos, los cuales son llamados a ser testigos del Señor
¡Cuántos cristianos han huido del mandato divino de predicar a los perdidos, y ahora están dormidos  en cuanto a la necesidad alrededor de ellos, sordos al clamor de los que están hundiéndose en las olas furiosas de la perdición! El mundo de hoy tiene derecho y tiene razón de apuntar su dedo acusador a la iglesia cristianan  y decirle como los marineros dijeron a Jonás:  
Podemos esperar solo castigo y tormento mientras no obedecemos el mandato divino de Ir por todo el mundo y a predicar el evangelio a toda criatura” (Mr.16:15). El mar no se calmo de su furia hasta que Jonás fue echado del barco. Así de igual manera no se calmara la ira de la furia divina hasta que los evangélicos que rechazan obedecer al Señor, los que persisten en seguir en sus caminos mundanos, los que perseveran en su desobediencia a los mandamientos divinos; los  que viven  para sí en lugar de vivir para la salvación a los perdidos- hasta que estos sean echados del barco. No habrá paz en la iglesia, no habrá paz en las vidas de los cristianos, no habrá tampoco resultados en la evangelización del mundo.
EL BARCO DE BENDICION
Miremos la falta de paz en Jonás. Tuvo que dejar su hogar y aun su patria en su huida del mandato divino. No hubo paz en el barco mientras él estuvo presente, y aunque el mar se calmo al echarle en sus olas furiosas, sin embargo, para el aun todavía no tenia paz.
Al contrario, este se bajo a la profundidad de las aguas furiosas, el abismo le rodeo. La tierra se hecho sus cerraduras sobre él, y su alma desfalleció  porque iba a la eternidad en su condición infiel y desobediente (Jon 2)
Que contraste tan grande, vemos en el caso de señor Jesucristo. En cierta ocasión. El también iba en un barco en el cual se a costo a dormir, y cuando los discípulos lo acompañaban  vieron el peligro  en que se encontraban por la tempestad furiosa que les atacaba. Ellos despertaron al señor. Ellos no le despertaron para acusarle de indiferencia y desobediencia, como fue en el caso de Jonás, sino para suplicarle que le salvara.
Jonás no estaba en condiciones de ayudar a nadie, porque no amaba a su prójimo, no amaba a las almas perdidas. El Señor Jesucristo daba su vida por los pecadores, por los necesitados, por la humanidad a su derredor. Por esta razón los discípulos le tuvieron confianza en su situación desesperada y trágica.
Oh, hermanos, ¿Qué dirá al mundo a nosotros? Dirían: ¿Qué tienes dormilón? O dirían: ¿Señor, sálvanos que perecemos? (Mt 23-27). El mundo nos conoce. El mundo no viene a nosotros para ser salvos porque ven nuestra condición espiritual tan tibia y apática. Nuestra desobediencia a los mandamientos divinos, nuestra falta de consagración y amor a las almas perdidas. No  hay ninguna atracción para ellos en los cristianos indiferentes y desobedientes a los mandatos divinos.
Recordamos que el apóstol pablo  también se encontró en un barco que se hizo pedazos en una tempestad furiosa y los pasajeros fueron refugiados en una isla donde habitaban los barbaros (Hechos 27-28). La estancia en esa isla resulto la salvación de esas almas pérdidas  y en la santidad de esos cuerpos enfermos. Esa gente salvaje pudo confiar en el apóstol Pablo porque era hombre de oración, hombre de fe, hombre que practicaba su religión diaria y constantemente, en lugar de poner en confusión a las gentes que se encontraban en su derredor, su presencia les daba confianza y les guió a los pies del Salvador.
Oh, hermanos míos, ¿en cuál barco nos encontramos? ¿En el de Jonás huyendo del mandato divino y por lo consiguiente vacios del mensaje vivo que necesitan los perdidos? ¿O nos encontramos en el barco de Cristo  y del apóstol Pablo, siendo de bendición para los náufragos a nuestro derredor?
Jesús sabía que los vientos y las  olas furiosas no le pudieron perjudicar, porque El estaba en la voluntad de Dios. Es muy importante reconocer en cual barco estamos viajando, en el de Jonás o en el de Cristo.
LA COMUNION DULCE CON DIOS

Una persona nueva en el evangelio revelo un gran secreto espiritual en unas cuantas palabras sencillas. Ella dijo: “cuando yo oro, hablo con Dios”. Cuando leo la biblia, Dios me  habla a mí”. La palabra de Dios es la clave a una comunión gozosa con Dios.
En la palabra de Dios realmente oímos la voz divina  hablándonos. La bendición mayor de la oración consiste en dejar de orar para permitir a Dios hablar.
La palabra de Dios y la oración están inseparablemente unidas.
 El poder de la oración depende de la presencia de la palabra divina, y el poder de la palabra de Dios depende de la oración. La palabra de Dios me informa de lo que debo orar, porque me dice de lo que Dios hará por mí. Ella me muestra el camino de la oración, enseñándome la manera en que debo acercarme a Dios. Ella me da el poder que necesito para orar, la seguridad de que seré escuchado, y me trae la respuesta de la oración por medio de  sus promesas  grandísimas. Al mismo tiempo prepara el corazón para poder recibir la palabra de la misma boca de Dios. Ella prepara el camino para darnos entendimiento espiritual de la enseñanza del Espíritu Santo, y la fe para participar en los hechos poderosos descritos en la palabra divina.
El porqué de esto es muy claro. La oración y la palabra divina tienen un solo centro, el cual es Dios. En la oración buscamos a Dios; y la palabra divina revela a Dios, en la oración el hombre pide de Dios; en la palabra Dios responde al hombre. En la oración el hombre se eleva  al cielo donde mora con Dios; en la palabra, Dios viene a morar con el hombre. En la oración el hombre se entrega a Dios, en la Palabra Dios se entrega al hombre. En la oración y la palabra divina, todo es Dios.
Oh amado cristiano, haz a Dios el todo de tu vida, el objeto único de tu corazón, el solo objeto de tus deseos. La oración y la palabra divina dan entrada a una dulce comunión con Dios, al intercambio de pensamientos, amor y vida. Dios mora en su palabra y en la oración.

“El Predicador Evangélico” Av. Castilla Nº 292  – Tarma Perú - Tel:(064) 33-6764