EL LLAMADO AL MINISTERIO CRISTIANO
¿Qué
significa el llamado al ministerio cristiano?
Para la cabal comprensión del asunto creo que de utilidad que nos remontemos un poco más en el pensamiento de Pablo hasta su concepto del ministerio mismo, tal como lo hallamos en su admirable capítulo sobre a vocación cristiana, el cap. 4 de Efesios.
Para la cabal comprensión del asunto creo que de utilidad que nos remontemos un poco más en el pensamiento de Pablo hasta su concepto del ministerio mismo, tal como lo hallamos en su admirable capítulo sobre a vocación cristiana, el cap. 4 de Efesios.
Allí,
después de exhortar a los cristianos a
andar “como es digno de la vocación con
que sois llamados” (v.1). Señala como, dentro de la unidad del espíritu y
de la disciplina, la creencia y el rito un señor, una fe, un bautismo (vs. 3,5). Existen
diversas medidas de gracia, “a cada uno de nosotros, es dad la gracia
conforme a la medida del don de Cristo” (v.7). Para pablo, pues, la
vocación cristiana es una, con diversas manifestaciones, o graduaciones; es un
don de Cristo, no es algo de nuestra elección; y es parte integrante de la vida
y actividad de la iglesia: “un cuerpo un
espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación”
(v.4).
En
el pensamiento apostólico no cabe el
concepto sacerdotal, mejor diría
“clerical”, del ministerio cristiano como una clase aparte, una jerarquía,
investida de poderes exclusivos de orden sacramental, y que como en la iglesia
romana, constituye en sí la Iglesia y esta inseparablemente unido a ella; mas
aun la Iglesia todo está compuesta de ministros cada cristiano es un ministro.
Y para
que no quepa duda en cuanto al verdadero
sentido de sus palabras, el apóstol enumera a continuación, sin hacer
distingos. Diversos tipos de ministerio.
“el mismo dio unos ciertamente apóstoles; y otros profetas; y otros
evangelistas; y otros pastores y (maestros); para perfección de los santos para
la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo” (vs.11, 12).
Y todos los que tal hacen, lo hacen y lo son porque Cristo así lo ha dispuesto. Si, pues, no justifica que el ministerio se aislé de la feligresía como una entidad aparate y presuntamente superior, tampoco se justifica que la iglesia pretenda prescribir del ministerio y desconocer la sabiduría de la división de sus servidores de acuerdo a sus especialidades, que desde temprano data fue practica en la iglesia apostólica.
Y todos los que tal hacen, lo hacen y lo son porque Cristo así lo ha dispuesto. Si, pues, no justifica que el ministerio se aislé de la feligresía como una entidad aparate y presuntamente superior, tampoco se justifica que la iglesia pretenda prescribir del ministerio y desconocer la sabiduría de la división de sus servidores de acuerdo a sus especialidades, que desde temprano data fue practica en la iglesia apostólica.
Para Pablo y a
través de él escuchamos la voz de la experiencia creciente de la cristianidad
primitiva, esa distribución de tareas y asignación de responsabilidades tenía por objeto “la perfección de los santos, la obra del ministerio, la edificación
del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y el
conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad
de la plenitud de Cristo; que ya no
seamos niños fluctuantes, y llevados
por doquier de todo ciento de doctrina.,…antes
siguiendo a la verdad en amor, crezcamos
en todas las cosas en aquel que es la
cabeza, a saber, Cristo” (vs. 12-15).
Por
consiguiente, el vigoroso y saludable desarrollo y perfeccionamiento de la
iglesia es inseparable de la existencia
de un ministerio apto y consagrado, en el cual cada uno se siente depositario
responsable de una medida. La que Cristo ha querido darle, de la vocación que
es un don inapreciable.
Este
hecho de ser un llamamiento a administrar una parte del don de Cristo, reviste al ministerio
cristiano altísima significación que
siempre le ha dado la iglesia: en
realidad es, ese de concepto el que ha llevado a las desviaciones conocidas del
ministerio que paradojalmente lo han convertido de función y de servicio en
posición de mando.
La
iniciativa es de Dios: llamado por la
voluntad de Dios. Es lógico, pues que Dios es el dueño de la obra.
Dios
llama y envía a sus ministros. Conforme a su
voluntad. Llama a los que él quiere y cuando quiere y para lo que quiere.
Pero al mismo tiempo, el llamado depende de la actitud del hombre. Son los que
ven la necesidad, los que deben orar: y son los que se sienten llamados los que
deben responder. Pablo lo había hecho en
el camino a Damasco, cuando cayó, derribado en medio de un resplandor
enceguedor, y una vez convencido que la mano del Señor le había alcanzado, no
permaneció postrado en medio de fútiles
lamentaciones, sino que tambaleante aun sobre sus inseguras piernas,
clamo: Señor“¿Qué quieres que yo haga?”
Lo
cual es un ejemplo de cómo, dentro de una vocación general, puede Dios hacer llamados específicos a sus siervos para determinadas tareas y responsabilidades.
Todo es cuestión de que estemos atentos a la voz celestial. Y debiera haber,
dentro de la organización eclesiástica, el desarrollo disciplinado de la
empresa humana de la Iglesia, suficiente independencia del sistema como para
que Dios pudiera renovar su llamamiento “cuando
a él le agradó”; solo así se evitará que el rumor de la liturgia
profesional del clérigo reemplace al testimonio ardiente del apóstol, que los
intereses de la iglesia sustituyan a los supremos propósitos del reino.
El
llamado al ministerio es un llamado a la colaboración. Ministerio es servicio. Y el servidor es precisamente eso, un
servidor, no un líder. Se habla con tanta frecuencia de líderes en la obra a que a veces hay quienes creen ser llamados por Dios a una carrera directiva, a ser conductores,
caudillos en la obra.
Esta
quizá es la más funesta de las equivocaciones cuando del llamado al
ministerio se trata. Los que hayan de resultar adalides ya se verán cuando sus
dotes les permitan descartarse por su capacidad
para un ministerio más efectivo y fructífero.
“el sentaros a mi derecha
y a mi izquierda, no es mío darlo, sino aquellos que para quienes está
preparado por mi padre.
(Mat. 20:23)
(Mat. 20:23)
La
única verdadera grandeza es la grandeza del servicio, que “el que se ensalza será humillado y el que se cree el mayor será
servidor de todos”. “yo planté. Apolo regó” cada día cual hizo lo suyo,
todos colaborando con Dios que es, en definitiva, quien da el crecimiento. Solo
cuando así se entiende el llamado al ministerio es un verdadero llamado de Dios.
En caso contrario es solo una falsa ilusión que seguirá llevando al fracaso a
muchos más ministros cristianos de lo que convendrá a los intereses del reino.
¿Nos extraña que fracasen aquellos
que se creen llamados al ministerio simplemente porque tienen facilidad de palabra, porque se sienten cómodos
en el pulpito y sueñan con ver a las
multitudes pendientes de sus labios? Sin ser embajadores en nombre de
Cristo es ser mediadores del mensaje de
Dios como en sus días lo fue nuestro
Maestro, ha de significar, más que subir al
pulpito con paso de triunfadores, acercarnos al barco del pescador, al banco
del publicano y a la samaritana junto al
pozo –esos fueron los pulpitos de
Jesús; ha de ser antes que tocar trompeta delante de nosotros, para que las multitudes acudan al
escucharnos , llegarnos sencillamente al
hogar de Betania, donde una humilde María está ansiosa de beber el mensaje de
Dios, recibir comprensivamente al Nicodemo, que solo osa acercarse a Cristo al
abrigo de las sombras, entrar a la casa de
un Zaqueo para, sin pronunciar
palabra, con solo un silencio impregnado
de amor, lograr la conversión de un alma.
Porque
¿Quién aquí desconociera que el
único móvil legitimo del ministerio, lo
único que puede darnos la seguridad de que lo que sentimos es realmente el
llamado de Dios, es la compulsión del amor?“Porque
el amor de Cristo nos constriñen… y nos dio el ministerio de la
reconciliación”. Dice Pablo. Si el mismo amor que inspiro la obra redentora
no nos constriñe, no estamos realmente llamados a ser los continuadores humanos
de la redención del mundo.
El
mensaje que tenemos que dar en nombre de Cristo
incluye también el llamar a otros
a unirse a la hueste de servidores que han de testificar junto con nosotros y después de nosotros: los que han de recoger
el manto del profeta o la capa del apóstol y proseguir la obra. Dios es el que llama; a nosotros que
hemos respondido nos toca a nuestra vez llamar a otros, y a todos nos
corresponde orar para que él envié, de los llamados a los que él quiera elegir.
En
todo caso, no olvidemos que Él ha de tomarlos de los bancos de nuestras propias
iglesias y escuelas dominicales, de nuestro propio círculo familiar, tal vez;
de todas las estaciones y posiciones de la vida.
No
es menos posible para Dios tomar hoy a un joven de detrás del volante de un
camión, de un carpintero, un tapicero, un albañil, o del escritorio de una
oficina o del banco o la máquina de un a fabrica, o tomar a un Eliseo detrás
del arado , a un Amós de sus breñas y de su boyada, a un Isaías de la corte
real, a un Pedro de su barca y sus redes o a un Mateo de su banco de los
públicos tributos, o a un Saulo del asiento de los rabies, a el mismo , o al
mandato que cualquier otro Ananías puede recibir “ve y búscale, porque me es un instrumento escogido”
Y habrá
también otros, quizá muchos en quienes el llamado no es algo de un instante
sino un largo proceso inconsciente quizá durante el cual una como perpetua
inquietud, una insatisfacción con su situación presente, un ansia incontenible
de otro destino para su vida, van desarrollándose como la luz de la aurora, “Hasta que el día es perfecto” y
comprenden entonces que Dios ha estado llamándoles, o quizá mejor,
preparándoles paulatinamente hasta que llegado el momento comprenden.
¡Cuántas
vocaciones se ven frustradas por la incomprensión de quienes deberían
alentarlas! ¡Cuántas veces la iglesia se ha despreocupado de busca y encauzar esas fluctuaciones aspiraciones! ¡Con cuanta frecuencia hallamos personas que
nos dicen: “yo sería un ministro, sino seria por mi padre”, o por algún hermano
de la iglesia, o por algún pastor que supo apreciar la determinación naciente o
quizá hicieron lo posible para ahogarla!
LA
RESPONSABILIDAD DE LAS ALMAS PÉRDIDAS
Sabemos
que la historia de Jonás, como aquel siervo
de Dios huyó de su Señor porque
no quería obedecer. Su mandamiento de irse a Nínive y predicar en contra de su
iniquidad. En lugar de obedecer el
mandato de Dios, Jonás pago su pasaje en un barco y se echo a dormir para huir de la presencia
de Jehová. Dice la escritura que Dios hizo levantar un gran viento en el mar,
una gran tempestad, que pensase se rompería la nave ¿y dónde estaba Jonás
durante la tempestad impetuosa que amenazaba las vidas de los de abordo? ¡
Se había echado a dormir!
Este
barco representa a la iglesia actual. Innumerables creyentes profesantes del
señor Jesucristo están dormidos espiritualmente, ignorando las tempestades
enormes que están atacando la iglesia de hoy. Las divisiones, las enemistades
entre creyentes y obreros cristianos, los escándalos hechos en pleno servicio
por creyentes carnales, la tibieza hacia la oración , el formalismo en los
cultos; y aun la negación de las verdades de la Escritura- y aun la negación de las verdades de la
escritura-todo esto está atacando el barco de la iglesia de nuestros
tiempos como una furiosa tempestad que
la que quiere acabar, sin mencionar el ateísmo, el modernismo y los otros
fuertes enemigos del evangelio del Señor.
¿Dónde estamos hermanos? ¿Estamos guiando el timón de la
Iglesia con Cristo Jesús, o estamos echados durmiendo, huyendo de su
mandamiento de evangelizar al mundo mientras
hay tiempo? Si nos encontramos en esta condición
indiferente y perezosa. Satisfechos de ser salvados pero sin compasión y amor para los perdidos,
Dios nos está haciendo por medio de esta obra bíblica que nosotros somos responsables por la condición actual de este mundo. Si
hubiéramos sido obedientes, fervientes y fieles a los mandatos divinos este
mundo no estaría en la condición triste y trágica en que se encuentra hoy en
día. La tempestad furiosa que está golpeando al mundo moribundo de nuestros
tiempos se debe a la desobediencia e
indiferencia de los cristianos, los cuales son llamados a ser testigos del
Señor
¡Cuántos
cristianos han huido del mandato divino de predicar a los perdidos, y ahora
están dormidos en cuanto a la necesidad
alrededor de ellos, sordos al clamor de los que están hundiéndose en las olas
furiosas de la perdición! El mundo
de hoy tiene derecho y tiene razón de apuntar su dedo acusador a la iglesia
cristianan y decirle como los marineros
dijeron a Jonás:
Podemos esperar solo castigo y
tormento mientras no obedecemos el mandato divino de Ir por todo el mundo y a
predicar el evangelio a toda criatura” (Mr.16:15).
El mar no se calmo de su furia hasta que Jonás fue echado del barco. Así de
igual manera no se calmara la ira de la furia divina hasta que los evangélicos
que rechazan obedecer al Señor, los que persisten en seguir en sus caminos
mundanos, los que perseveran en su desobediencia a los mandamientos divinos;
los que viven para sí en lugar de vivir para la salvación a
los perdidos- hasta que estos sean echados del barco. No habrá paz en la
iglesia, no habrá paz en las vidas de los cristianos, no habrá tampoco
resultados en la evangelización del mundo.
EL
BARCO DE BENDICION
Miremos
la falta de paz en Jonás. Tuvo que dejar su hogar y aun su patria en su huida
del mandato divino. No hubo paz en el barco mientras él estuvo presente, y
aunque el mar se calmo al echarle en sus olas furiosas, sin embargo, para el
aun todavía no tenia paz.
Al
contrario, este se bajo a la profundidad de las aguas furiosas, el abismo le
rodeo. La tierra se hecho sus cerraduras sobre él, y su alma desfalleció porque iba a la eternidad en su condición
infiel y desobediente (Jon 2)
Que
contraste tan grande, vemos en el caso de señor Jesucristo. En cierta ocasión.
El también iba en un barco en el cual se a costo a dormir, y cuando los discípulos
lo acompañaban vieron el peligro en que se encontraban por la tempestad
furiosa que les atacaba. Ellos despertaron al señor. Ellos no le despertaron
para acusarle de indiferencia y desobediencia, como fue en el caso de Jonás,
sino para suplicarle que le salvara.
Jonás no estaba en condiciones de
ayudar a nadie, porque no amaba a su prójimo, no amaba a las almas perdidas. El
Señor Jesucristo daba su vida por los pecadores, por los necesitados, por la
humanidad a su derredor. Por esta razón los discípulos le tuvieron confianza en
su situación desesperada y trágica.
Oh, hermanos, ¿Qué dirá al mundo
a nosotros? Dirían: ¿Qué tienes dormilón? O dirían: ¿Señor, sálvanos que perecemos?
(Mt 23-27). El mundo nos conoce. El mundo no viene a nosotros para ser salvos
porque ven nuestra condición espiritual tan tibia y apática. Nuestra
desobediencia a los mandamientos divinos, nuestra falta de consagración y amor
a las almas perdidas. No hay ninguna
atracción para ellos en los cristianos indiferentes y desobedientes a los
mandatos divinos.
Recordamos que el apóstol
pablo también se encontró en un barco
que se hizo pedazos en una tempestad furiosa y los pasajeros fueron refugiados
en una isla donde habitaban los barbaros (Hechos 27-28). La estancia en esa
isla resulto la salvación de esas almas pérdidas y en la santidad de esos cuerpos enfermos.
Esa gente salvaje pudo confiar en el apóstol Pablo porque era hombre de
oración, hombre de fe, hombre que practicaba su religión diaria y
constantemente, en lugar de poner en confusión a las gentes que se encontraban
en su derredor, su presencia les daba confianza y les guió a los pies del
Salvador.
Oh,
hermanos míos, ¿en cuál barco nos
encontramos? ¿En el de Jonás huyendo del mandato divino y por lo consiguiente
vacios del mensaje vivo que necesitan los perdidos? ¿O nos encontramos en
el barco de Cristo y del apóstol Pablo,
siendo de bendición para los náufragos a nuestro derredor?
Jesús sabía que los vientos y
las olas furiosas no le pudieron
perjudicar, porque El estaba en la voluntad de Dios. Es muy importante
reconocer en cual barco estamos viajando, en el de Jonás o en el de Cristo.
LA COMUNION DULCE CON DIOS
Una persona nueva en el evangelio
revelo un gran secreto espiritual en unas cuantas palabras sencillas. Ella
dijo: “cuando yo oro, hablo con Dios”.
Cuando leo la biblia, Dios me habla a
mí”. La palabra de Dios es la clave a una comunión gozosa con Dios.
En la palabra de Dios realmente
oímos la voz divina hablándonos. La
bendición mayor de la oración consiste en dejar de orar para permitir a Dios
hablar.
La palabra de Dios y la oración están
inseparablemente unidas.
El poder de la oración depende de la presencia
de la palabra divina, y el poder de la palabra de Dios depende de la oración.
La palabra de Dios me informa de lo que debo orar, porque me dice de lo que
Dios hará por mí. Ella me muestra el camino de la oración, enseñándome la
manera en que debo acercarme a Dios. Ella me da el poder que necesito para
orar, la seguridad de que seré escuchado, y me trae la respuesta de la oración
por medio de sus promesas grandísimas. Al mismo tiempo prepara el
corazón para poder recibir la palabra de la misma boca de Dios. Ella prepara el
camino para darnos entendimiento espiritual de la enseñanza del Espíritu Santo,
y la fe para participar en los hechos poderosos descritos en la palabra divina.
El porqué de esto es muy claro.
La oración y la palabra divina tienen un solo centro, el cual es Dios. En la
oración buscamos a Dios; y la palabra divina revela a Dios, en la oración el
hombre pide de Dios; en la palabra Dios responde al hombre. En la oración el
hombre se eleva al cielo donde mora con
Dios; en la palabra, Dios viene a morar con el hombre. En la oración el hombre
se entrega a Dios, en la Palabra Dios se entrega al hombre. En la oración y la
palabra divina, todo es Dios.
Oh amado cristiano, haz a Dios el
todo de tu vida, el objeto único de tu corazón, el solo objeto de tus deseos.
La oración y la palabra divina dan entrada a una dulce comunión con Dios, al
intercambio de pensamientos, amor y vida. Dios mora en su palabra y en la oración.